México, 22/07/2017:
Querido Diario:
En últimos días han salido muchos memes, burlas y chistes contra nuestra carrera y en especial contra nuestra apreciada bata blanca, ¿será verdad que nos vemos tan ridículos yendo a comer tortas de tamal con la bata?, ¿o que es patético ir a escalar la pirámide del Sol en Teotihuacán con nuestra angelical prenda aunque estemos a más de 50° grados?.
Justo hace tres días pasó algo que permitió responder todas esas preguntas. Recuerdo que llovía y hasta había neblina, necesitaba cubrirme, mi amada prenda blanca no era suficiente para mitigar la intensa sensación de frio. Por las calles todos me volteaban a ver, no me pareció raro porque estoy acostumbrado ser el centro de atención gracias a mi bata. Sin embargo, de reojo y por causalidad, me miré en una de esas ventanas de edificio que parecen espejos y ahí estaba yo… ¡traía la bata puesta encima de mi chamarra de pluma de ganso!, si, preferí ponerme la bata encima de la chamarra para no parecer un simple mortal. Toda la noche medité lo sucedido, la imagen de la bata echa bolas encima de mi chamarra no me dejaba dormir, supuse que tal vez si tenía un problema.
Al día siguiente estaba decidido: tenía que recordar que era salir a la calle como alguien normal después de 6 años de haber sido tratado como un rey por estudiar medicina. No fue fácil; me metí a bañar y mientras el agua caliente recorría mi cuerpo pensaba en lo que se sentiría ser un ciudadano más del montón. Me sequé, me puse mi pantalón y camisa blanca y miré a mi bata recostada en una silla; se veía tan triste, tan sola, tan bella. Era radiante y hermosa ¿realmente se merecía el desprecio de dejarla guardada en la casa solo porque quería experimentar que se sentía ser alguien común y corriente?
Comencé a recordar las burlas que me hacían en la calle. La última ocurrió hace 5 días: estaba comiendo tacos callejeros y de repente se detuvo un carro, cuando me miró inmediatamente puso a todo volumen la canción de ¡Ella se arrebata… bata, bata, bata!, y todos se rieron, hasta el don de los tacos que ya está acostumbrado a ver que siempre regreso al hospital con la bata llena de grasa y salsa de guacamole.
Recordar ese momento fue el impulso que me obligó a salir sin la prenda. No voy mentir que cuando abrí la puerta me sentí desudo, usado, incluso violado. Intenté cruzar la calle cuando el semáforo estaba en verde porque cuando traigo mi bata los autos siempre se detienen a cederme el paso, ¡casi me atropellan porque no recordaba que estaba disfrazado de un simple plebeyo!, al tomar el transporte fue peor: las embarazadas no me cedía el asiento y los niños no me pedían fotos, ¡tantos años de esfuerzo para que al final me tratarán como si fuera un obrero!
No había recorrido ni un kilómetro cuando miré al cielo desesperado y me di cuenta que nunca podré vivir sin mi bata: tal vez peque de egocéntrico y de arrogante, pero me he esforzado demasiado para convertirme en un ente superior. He visto cuerpos humanos reales abiertos, he experimentado con anatomías de verdad, ¡le he curado la gripa a decenas de niños y hasta ayudé atraer uno al mundo en un parto!, ¡Soy soy superior, no tengo porque avergonzarme¡
Inmediatamente regresé a mi casa hecho un mar de llanto y me coloqué mi angelical prenda blanca, no sin antes pedirle perdón por haber intentado dejarla abandonada. Si… la bata me da vida, me da poder. Con la bata soy alguien, pero soy alguien porque he –literalmente- sudado sangre para lograrlo.
Han pasado 48 horas desde mi traumática experiencia. Fue algo duro, pero sirvió para darme cuenta que prefiero que alguien me arranque la piel antes de obligarme a despojarme de mi amada prenda blanca.
Por: Omar Ariel Cortes
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